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Alexandre Deulofeu, l’historiador del futur (II): L’exili a Montpeller.

Alexandre Deulofeu, el historiador del futuro (II): El exilio en Montpellier.

L’Unilateral. Jueves, 29 de Septiembre de 2016.

Juli Gutièrrez Deulofeu. Jueves, 29 de Septiembre de 2016.

A la Villa Georges de Montpellier
Deulofeu en la Villa Georges de Montpellier, 1941. Fuente: Juli Gutièrrez Deulofeu.

Estrenamos en el verano camino de Montpellier. El equipo de Visiona TV nos espera en la que fue ciudad del rey Jaime. Con Enric Pujol, historiador principalísimo y respetado amigo tenemos que recuperar la memoria deulofeuliana de unos días ya pretéritos. Por el camino nos felicitamos por el éxito que representa que después de tantos años de lucha, por fin Alexandre Deulofeu y su visión de la Historia, puedan ser explicados a los catalanes mediante Televisión de Cataluña bien pronto.

De alguna manera reseguiremos los espacios que Deulofeu pisó en el año 1939 cuando su largo exilio lo lleva hacia Montpellier. Nos esperan a las diez, y a las diez en punto atravesamos la Plaza de la Comedia. Detrás la Fuent de las Tres Gracias y a tocar del Teatro de la Ópera se encuentra el resto del equipo. Toca grabar.
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En sus memorias Deulofeu nos explica sus impresiones de la ciudad. Era el día de Todos los Santos cuando llegó en un autobús que lo dejó allá mismo donde nos encontramos nosotros, en la Plaza de la Comedia. Está claro que eran otras circunstancias. Aún así Deulofeu se siente feliz. De alguna manera aquella, entonces, todavía espléndida ciudad lo cautivó. Además dejaba atrás la pesadilla vivida durante las últimas semanas en Perpiñán. El ambiente de la ciudad para los refugiados se hacía asfixiando, las razzias eran continuadas, y detenían tanto a aquellos que tenían papeles como a quienes no tenían. No podemos olvidar que Deulofeu era definido por las autoridades locales de la Falange, en un informe de julio de 1940 como «un agitador de masas de envergadura; autor o inductor de muchos desmanes de los que aquí se cometieron». En otro informe, posterior, de Febrero de 1943 se decía que Deulofeu se dedicaba «a la propaganda comunista y a la labor antiespañola creyéndose que está en contacto con el Deuxieme Bureau y el Intelligence Service y manda a España periódicamente y a su mujer, noticias sobre la situación internacional». La inteligencia franquista había seguido a su esposa, la Pepita, en alguno de sus intentos para reencontrarse esporádicamente con Alexandre, hecho que consiguieron el 17 de Septiembre de 1941 después de muchos intentos fallidos. Pero el reencuentro amoroso, la añoranza, era la única razón que espoleaba a la pareja. Por otro lado las actividades de Deulofeu en Montpellier, y durante todo el exilio, se encontraban bien lejos de aquello que le acusaban las autoridades franquistas. La música en la Orquesta del Conservatorio, las tertulias con otros exiliados, Fabra, Bladé y muy especialmente con Francesc Pujols, en la Tasca de Aragón y en el Café Riche, los estudios de historia, la investigación en la biblioteca, y el ejercicio de mil oficios llenaban el tiempo de un Deulofeu que ya había dejado atrás, para siempre jamás, el activismo político.

En Montpellier, nos dice Deulofeu, nadie era molestado, al contrario, y la vida se escurría plácida y fácil sin complicaciones de ningún tipo. Al día siguiente de su llegada Deulofeu decide conocer la ciudad y empieza a andar por sus espacios más emblemáticos. De este modo llega al Paseo del Peyrou, lugar de encuentro y paseada de los exiliados catalanes. No puede evitar mirar el espacio con los ojos del matemático de la historia. Confronta los versos delicados de Mistral con la estatua ecuestre excesiva de Luis XIV. Dice que los versos de Mistral le levantaron el espíritu de una manera indescriptible. El genio de la raza le penetraba y veía a través de aquellas frases la inmortalidad de la raza catalana.

Aubouro-te raço latino
Souto la capo dou soleu!
Lou raisin brun boui dins la tino
Lou vin de Dieu gisclara léu

Confronta el genio imperial, absorbente y dominador, que llevó a cabo la absorción de las nacionalidades de la Galia, con el poeta, símbolo del enderezamiento contra este espíritu assimilativo. La eterna dialéctica entre imperio y libertad.

A mí me pasa lo mismo. Hemos acabado el rodaje matinal. Primero en una brasería de la plaza de la Comedia. Después en la Biblioteca de la facultad de Medicina. El documental anda a toda vela. Entonces, antes de la comida Enric Pujol nos invita a pasear por la Plaza Real del Peyrou. Le hacemos caso. Con David de Montserrat, periodista y escritor y factótum del documental sobre Deulofeu nos paramos ante la estatua del Rey Sol, disfrazado de Augusto, y a mí, no puedo evitarlo, me sale también la mirada matemática de la historia. Y es que la historia, sí, también puede ser, tiene que ser, una ciencia.

Probablemente si el rey francés hubiera entendido bien la historia pasada nunca hubiera querido disfrazarse de Augusto. De hecho, hubiera hecho lo posible para evitar que la historia otra vez se repitiera. Otra vez cambiaban los escenarios, las formas, los tiempos históricos. Tanto vale una vez más incluso antes de empezar la historia, ya se podía afirmar, como dijo Cèsar aquello de «Alea iacta est».

Veremos en los capítulos que tienen que continuar como la teoría de Deulofeu es capaz de dibujar y definir el ciclo ontológico de la vida y la muerte que siguen todos los imperios, tanto los antiguos, como los presentes y me temo, también, de los del futuro. Acabo hoy con una reflexión, la que le hacía a David de Montserrat, escondidos del sol bajo la sombra benefactora de los plátanos de la famosa explanada, que quizás hubiera servido al rey francés para evitar los errores que tenía que cometer él mismo y sobre todo sus sucesores.

Luis XIV no tuvo en cuenta que con el advenimiento de Augusto muchas cosas cambiaron en la mentalidad del pueblo romano. De hecho ya hacía tiempo que las viejas formas de gobierno republicanas se habían dejado en el senado, el cual había abandonado su función meramente consultiva para convertirse en el verdadero instrumento del gobierno, un gobierno que era ya sólo de unos cuántos, no muchos, que de manera insensible se había ido alejando del pueblo, olvidándolo, provocando que la anarquía, señorial, abrazara Roma, y de este modo el imperio todopoderoso veía como se agrietaban sus cimientos en medio de luchas cruentas, intestinas. Está claro que esta épica del declive da nombres legendarios como los hermanos Sempronio Graco, u otros asociados al terror como Lucio Cornelio Sila. Pero como marca la ley de la Historia de esta situación sólo se sale de una manera. Hace falta un poder único, un dictador, y el primero se denominó César, que antes tuvo que acabar con Pompeyo y más tarde la corona de laurel acabó ciñendo la testa de Augusto.

Sol, ante el poder. El emperador, el Dios, precisaba de altares y gloria, y por eso necesitaba la devoción de su pueblo, un pueblo cansado de las corruptelas de las oligarquías senatoriales, un pueblo que había olvidado de la capacidad de decidir por él mismo, y que hacía mucho de tiempo que delegaba en otros. La historia anunciaba procesos que se volverían a repetir siglos más tarde en Francia, después de la caída de la república revolucionaria, hechos que Luis XIV no fue capaz de prever puesto que sólo se dejó deslumbrar por los fastos que rodeaban a su admirado Augusto. Sí, este con excelentes y cruentas campañas de propaganda, hechas a su medida –la guerra contra los astures, nunca resuelta, provocó centenar de miles de muertes– consiguió que en el territorio imperial, vestido de rojo, se levantaran altares, como el «Ara Pacis Augustae», en su honor y que su nombre, pero ¡a qué precio!, fuera incluido en medio del de los dioses en los himnos sagrados.

Enlace del artículo original en catalán