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Sant Pere de Roda (I).

La Vanguardia. Martes, 15 noviembre 1966. Página 49.

Viaje por el Ampurdán (Epílogo).

Sant Pere de Roda (I).

DEDICATORIA.

«Vagi aquest darrer capítol del nostre viatge per l’Empordà especialment dedicat a tots aquells empordanesos que —més a prop o més lluny— estan fora de la seva terra». («Vaya este último capítulo de nuestro viaje por el Ampurdán especialmente dedicado a todos aquellos ampurdaneses que —más cerca o más lejos— están fuera de su tierra»).

Jm. S.

Josepmiquel Servia.Es el Ampurdán comarca muy prolija en residuos históricos. Entre los más valiosos destacan por su importancia, primero, las viejas piedras de la Emporium greco-romana, maravilla emplazada en el centro mismo del golfo de Roses y dilatada puerta por donde se injertaron en la piel de Iberia los signos culturales de la antigüedad clásica.

Destaca asimismo, en segundo lugar, y en similar importancia, el monasterio románico de Sant Pere de Roda, ubicado en la vertiente meridional del monte de la Verdera a refugio de garbí y a capricho de tramontana.

La extraordinaria importancia que este arruinado recinto —hoy en restauración— tiene dentro del panorama universal del arte románico, es algo indiscutible.

Una de las personas que, en nuestro país, más ha profundizado en el estudio del románico catalán de aquende y allende la barrera pirenaica, ha sido un simpático farmacéutico de Figueres llamado Alexandre Deulofeu. Hace pocos días tuve el placer —auténtico por muchos motivos— de estar hablando unas cuantas horas con él en la rebotica de su farmacia de Figueres. Don Alexandre es un apasionado por la matemática de la historia. Algo así como un Toynbee o un Spengler salido del Ampurdán. Tiene sobre ello varios libros publicados. No obstante, la fama y el renombre llegaron hasta él cuando lanzó a los cuatro vientos su, luego tan discutida, teoría de que el Ampurdán es precisamente la cuna del arte románico universal.

Según me contaba don Alexandre, la fundación de Sant Pere de Roda tuvo lugar a mediados del siglo VII por orden del Papa Bonifacio IV, quien ante el peligro de invasión de Roma por parte de los caldeos, y a fin de que no fueran profanados los mortales despojos de los apóstoles Pedro y Pablo, ya convocado un concilio, ordenó que parte de los restos del primer Papa —concretamente la cabeza y el brazo derecho— fueran sacados de la Ciudad Eterna y enviados por mar a las partes sudoccidentales de la Galia, para que allí, debidamente escondidos, estuvieran a salvo de toda posible profanación.

Así, pues, según se puede leer en la «Crónica Universal del Principat de Catalunya», del historiador Jeroni Pujades, Bonifacio IV tomó las reliquias del Apóstol, junto a algunas otras, y las condujo, en solemnísima procesión, hasta la nave que, Tíber abajo, las transportó hasta el punto geográfico escogido como más seguro escondite: «Ordenant-ho així Déu omnipotent, correguerent fortuna i amb el vent de migdia foren portats ais conjunts orientals d’Espanya, en aquell terreny on acaben els Pirineus i el port anomenat Armen Rodas» («Ordenándolo así Dios omnipotente, corrieron fortuna y con el viento de mediodía fueron llevados a los conjuntos orientales de España, en aquel terreno donde termina los Pirineos y el puerto llamado Armen Rodas»).

Según don Alexandre Deulofeu, los clérigos y legos que acompañaban dichos restos encontraron en un lugar de la montaña, sobre la que hoy se halla emplazado el monasterio, una cueva que les pareció propicia para esconder en ella los restos del Apóstol. Así lo hicieron. Al cabo de un tiempo, ya pasado el peligro de profanación, volvieron los clérigos al monte, no logrando dar, quizás por lo crecido de la vegetación, con la cueva donde estaban los restos del primer Papa. «I es quedaren allí tots, fins que moriren, llevat d’un o dos que se’n tornaren a Roma» («Y se quedaron allí todos, hasta que murieron, salvo uno o dos que se volvieron a Roma»).

Fue entonces, según el señor Deulofeu, cuando reinando todavía Bonifacio IV, empezóse a edificar en un punto de aquellos parajes supuestamente cercanos a la desaparecida cueva lo que más tarde iba a ser el más esplendoroso monasterio románico de nuestra tierra.

Esas notas históricas —entresacadas en gran parte del famoso historiador César Boronio— el hecho de que tantos cronistas hablen de la solemne despedida de los restos del Apóstol a orillas del Tíber, pero no de su posterior regreso a la Ciudad Eterna, la concesión de idénticas prerrogativas a Sant Pere de Roda que a San Pedro del Vaticano, y, finalmente, el dudoso resultado de las investigaciones que ordenó llevar a cabo el Papa Pío XII en las criptas del Vaticano, han hecho pensar al señor Deulofeu que los restos del Apóstol se hallan todavía cubiertos por tierra ampurdanesa. Don Alexandre está totalmente convencido de ello.

El monasterio, visto desde fuera, tiene el aspecto de un viejo castillo feudal. Tal es el carácter colosal de sus dimensiones y la profusión de torres almenadas que figuran a izquierda y a derecha del frontispicio. La iglesia, según datos que proporciona el geógrafo y historiador Botet i Sisó, data de finales del siglo X o principios del XI. De planta de cruz latina, posee tres naves muy altas y estrechas, crucero y ábside. La nave central está sostenida por varios pilares en cada uno de los cuales se levantan tres columnas con sus correspondientes ábacos y capiteles. Estos últimos son casi todos de estilo corintio y, por lo que parece, fueron extraídos de un antiguo templo pagano muy importante dedicado a Venus, sobre el cual se edificó el monasterio en cuestión. El templo se comunicaba con el claustro por medio de una escalera. Del claustro, hoy en día. no queda absolutamente nada. Tampoco de las demás dependencias. Todo ha sido objeto del saqueo y el robo a partir de la invasión napoleónica. Hoy, muchas de sus valiosas piedras, así como los residuos de su biblioteca y archivo conventual, engrosan, por desgracia, el acervo de muchas colecciones particulares. Como bien ha sido dicho por un famoso escritor del país, la comisión que actualmente se encarga de la restauración del monumento ha puesto un guardia para que lo custodie, en un momento en que ya no queda nada para custodiar.

El monasterio fue en tiempos carolingios excepcionalmente protegido. Fue entonces cuando adquirió su carta de independencia. La especial dedicación que para él tuvieron los pontífices, los condes de Ampurias y otros poderosos magnates del país lo convirtió en uno de los monasterios sin duda más ricos y florecientes de Europa.

Josepmiquel Servià.

Sant Pere de Roda. Interior.

Sant Pere de Roda. Exterior.
(Fotos: Reinaldo Serrat).

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